viernes, 11 de junio de 2010

EL PRINCIPIO

Viaje a bordo, el TALGO de las tres y cuarto


Nos dimos el último beso antes de que subiese al tren. Eran las 15:14 horas cuando el TALGO salía puntual de la estación madrileña de Chamartín destino a Almería. Comenzaban así seis horas y cuarto de viaje por tierras castellanas y andaluzas, ante las cuales tan solo valían la paciencia y la resignación, en otras ocasiones habían resultado tediosas hasta decir basta. Los pasajeros, escasos, habían tomado ya asiento en el coche 5, a mi alrededor tenía el siguiente mosaico humano: delante de mí, una pareja de lesbianas de unos 20 años, con estilo modernote tirando a urbanoconflictivo, ustedes ya comprenden, flequillo ladeado y piercing de rigor en la nariz; detrás, un padre de unos 35 años con su hijo de unos 10; una fila más atrás una pareja de cuarentones, ella fea y él calvo, que se mostraron muy graciosos cuando les pregunté si, efectivamente, aquel era el coche 5; del otro lado del pasillo no había nadie en los primeros asientos; en los de mi izquierda una madre atractiva y muy tejana con su hijo de 7 u 8 años, aunque los niños engañan; detrás de ellos un adulto cuarentón en chándal que escuchaba música con sus cascos, a su lado una jubilada de cara redondita y cabello corto y rubio; al resto de pasajeros no los tenía controlados. Resulta muy importante la compañía en un viaje en tren, de ella depende que se realice sin sobresaltos o que se acabe de uñas resoplando amargura.
Iba dejando atrás la villa de Madrid sin prestar especial atención pero sin dejar de mirar, simplemente pasando el tiempo con la vista puesta en la ventana. En la primera media hora suelo hacer lo mismo: nada, dejarme llevar un poco y estar a la expectativa de cómo se van mostrando los acompañantes, y decidir como pasaré las siguientes horas. Si la gente no me molesta consigo leer y por tanto llego a superar el trance con bastante dignidad, por el contrario si están ahí, si los siento como aguijones, cada minuto que pasa es una picazón en el estómago, cada parada una afrenta a mi tiempo perdido, y por supuesto, en estos casos, siempre hay un buen retraso que endulza, todavía más, la sensación de que no es tan ancha la línea que separa el comportamiento cívico del de un hincha enajenado.
Durante esa primera media hora de análisis me sentí esperanzado, parecía que todo saldría bien, las lesbianas dormitaban, el padre y su niño charlaban calmadamente, la pareja de fea ella y calvo él no decían ni pío, si acaso, él tosía con frecuencia, ya sabrán por qué, pero ¿qué son unas simples toses en un mar de tranquilidad? Efectivamente, no había motivos para preocuparse por aquella presencia gutural. Del lado izquierdo no había mucha novedad, por entonces se mantenían en un silencio respetuoso y casi solemne, ya se soltarían después. Pues eso, todo pintaba bien, así que cogí mi novela de Auster y continué con su lectura. Mientras, entrábamos en la Mancha como un señor en una cafetería, ya saben, sin prisa pero sin pausa y con mucho garbo, un TALGO orgulloso de sí mismo.

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