sábado, 18 de diciembre de 2010

ANUNCIACIÓN

Suena Chopin de fondo otra vez. Hoy me he levantado demasiado pronto, después de haber dormido poco, sin demasiada justificación tras una noche ridícula; no resulta fácil explicar por qué perdemos el tiempo con tan poca vergüenza, para después seguir perdiéndolo lamentando que rápido se nos va de las manos. Todos seremos contradictorios, cada uno a su manera.

No he visto el mar esta mañana, ni las anteriores, casi nunca lo hago de hecho, y no tengo más que descorrer una cortina que cae como un harapo viejo en la ventana. Me pregunto si lo echaría en falta si no pudiese verlo, ahora que lo tengo todos los días frente a mí. No se debe explicar nunca una metáfora, esta vez me lo permito, esa es mi vida, un paso por la realidad sin ningún conocimiento, está ahí mismo y me la pierdo en elucubraciones estúpidas sobre el sinsentido del tiempo, de la muerte, de la vida; inevitablemente recordaré la vida no vivida. Me faltan agallas para todo. Sentir el impulso que siento y no avanzar, supongo que podría ser una definición válida para la cobardía, los cimientos de toda frustración.

Podría salir al balcón y respirar, ver y sentir la brisa que se acerca calle arriba meciendo los árboles, pero no lo hago, veo el balcón sin darme cuenta que no existe si no es para estar en él. Pero asomarse a un balcón extraño sin compañía me produce hastío. Conocer una realidad por el hecho mismo de conocerla carece de atractivo. Pero yo no tengo fines. He reconocido que soy contradictorio, no culpéis mi desgana. Parecería demasiado sensato para mi vida asomarme, dar un paso a las alturas suspendidas, y mirar los edificios de enfrente, las ventanas con las persianas subidas, la ropa tendida, una joven cambiándose en su cuarto, la luz de una televisión que parpadea un partido…

Camino del trabajo, conduciendo entre los peñascos secos de esta horrible ciudad azul, celeste como antes fue nombrada, suelo caer en la tentación de cuestionarme qué hago aquí; en esos momentos en los que el pie aprieta el acelerador dejando a un lado, desde las alturas, edificios emblemáticos, el puerto y un cabo allá a lo lejos, cuestiono la realidad de mi existencia, lo absurdo del viaje que he realizado hasta ese momento acelerado. Y no debo dar rienda suelta a la nostalgia, pues consigue ser la esencia misma de mi existencia, un neumático desgastado en el asfalto. Pero cómo no soñar cada día en el viaje con nostalgias pasadas, cuando las ruedas se arrastran entre las nieblas de las montañas secas, el brillo cegador del oceánico plástico y el azul estancado de un mar en ruinas. Digamos que las tempestades, la tensa espera del peñasco ante la furia del océano, la melancólica espera del ser humano fluyendo errante entre cocinas de fuego, los paseos salpicados de barro y las hojas de los árboles caídas son un oasis desesperado que anuncia una derrota.

sábado, 11 de diciembre de 2010

CON EL CORAZÓN

Ha muerto el padre de un amigo, de un buen amigo, se lo llevó el temporal del invierno gallego, esa enfermedad que rompe los peñascos de los más duros arrecifes del noroeste, y de otros lares. El dolor es suyo, mío el lamento, el dolor es suyo. Pero yo no estuve allí, como en tantas otras cosas, yo no estuve allí. El mismo temporal me tiene preso en una esquina de la que no puedo salir, y la tempestad se lo lleva todo por delante, sin contemplaciones y dispuesta a dar un golpe. Hoy hablé con él y le di el pésame, solo quería darle un abrazo, las palabras no siempre sirven, se caen como gotas en un charco. El lamento es mío, pero el dolor es suyo, hoy he realizado el conjuro de los muertos, de los espíritus, de las almas, y he lavado mis pecados para enfrentarme con mi tiempo. Un soplo de vida envío a quien no leerá estas palabras, mi homenaje anónimo, amistad volando errante.
Lo siento amigo, lo siento.