martes, 15 de junio de 2010

CONTINUACIÓN III

Así pues, estaba ya encajando el golpe del primer telefonazo. Me puse en actitud reflexiva, mirando al horizonte mientras pretendía divagar sobre cualquier tema que fuese interesante. Pero allí estaba ella, con su teléfono en mano, su voz clara y dulce, hablando con su hermano Diego. Diego reside en Madrid, al igual que Clara (otra hermana) y su padre; es importante tener esto en cuenta para comprender el verdadero problema familiar que nuestra compañera de viaje intentaba resolver durante la llamada: no había estado ni con Diego, ni con Clara, ni con su padre. En palabras de ella “vosotros sois los que vivís en Madrid, no iba a organizar la comida yo, os dije que iría pero se suponía que os encargaríais de todo”. Pronto supimos entonces que no había estado con su familia, que se defendía explicando que no era culpa suya y que “claro que me parecía bien la idea, si nos podemos juntar muy pocas veces. Y la verdad, aunque no tuviese muchas ganas de ver a Clara, que ya sabes como está nuestra relación, por ti y por papá me apetecía ir”. Así que la cuestión, como era de suponer, venía de lejos, ella y su hermana Clara no tenían una buena relación, y aunque todos se habían mostrado favorables a la idea de reunirse, nadie tomó las riendas del asunto. Me pregunté qué dificultades logísticas habría para no ir a casa del tal padre y verse allí, si no para una comida, por lo menos para un café. Me pareció evidente que las emociones en esa familia estaban a flor de piel; y yo totalmente inmiscuido en la conversación. “¿Dieego?, ¿Dieego?… ¿Me escuchas?”. Se cortó, no había buena cobertura.

Era evidente que aquella conversación tendría que continuar. Mientras la esperaba, observé la cantidad de establecimientos repetidos que hay en las carreteras de la Mancha, durante un buen trecho la vía transcurre paralela a la autovía. En ambos sentidos se amontonan tres clases de negocios: el bar de carretera en sus dos variedades, con o sin habitaciones, las queserías, a veces en combinación con los bares de carretera, y los burdeles, con grandes y luminosos carteles. Intenté imaginar como sería la persona que hiciese uso de los tres en un mismo viaje. Casar los bares con las queserías era bastante normal, igual que pasar la noche en una de esas habitaciones, pero la suma del burdel era lo que no me encajaba. Durante un buen rato estuve pensando en quesos y burdeles.

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