viernes, 20 de mayo de 2011

EL MAL TAMBIÉN SIRVE MORTADELA

Ruiberto Peres era uno de esos grandes hijos de puta que no regaban las plantas del balcón, cuando a 3oº a la sombra hasta en las cisternas de los váteres se evaporaban las cascadas. Creía el malnacido que si sed pasasen las benditas pedirían agua, cómo si unos pétalos marchitos conociesen las palabras. Era de mente retorcida el tal Ruiberto, y sin embargo cuando estaba en su mostrador, despachando los chorizos, parecía un hermoso ruiseñor parloteando con la clientela. Alguna vez, de reojo, alguién observó que mientras trinchaba las pechugas de un pollo de corral, sus pupilas se dilataron y una leve sonrisilla en la comisura de sus labios pareció brotar. No está del todo claro el hecho, pero son rumores que escuchábamos a veces en las colas de la carnicería con el número de espera en la mano. Lo cierto es que el señor Péres es reacio a regar las plantas del balcón, y eso para todos es un hecho irrefutable.

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