Todo está inventado podemos
decir. No hace demasiados años, si hablamos de tiempo bíblico claro, que un tal
Darwin tuvo alguna relevancia en el campo de las ciencias naturales, por nada más
que el descubrimiento de alguna especie allá en las Galápagos, o una simplona
teoría de la evolución de las especies, fanático él. No mucho tiempo después
empezaron a concederse los premios Nobel, tanto en el campo de las humanidades
como en el de las ciencias, a personalidades destacadas en ambos campos. No es
el único reconocimiento que hay en el campo de las ciencias, desconozco los
posibles, por ser de letras. De lo que sí estoy seguro es que no existe el
premio Noé al naturalista del año, o por lo menos de la década. Una injusticia
soberana, veamos el porqué:
Noé era un hombre de 600 años
(por aquellos tiempos la esperanza de vida era la hostia), con algunos hijos
centenarios, cuando dios, en su inmensa sabiduría se fijó en él como modelo de
buena conducta o, como diríamos hoy en día, de buena praxis, de entre sus coetáneos
en vísperas del gran diluvio. Y ahora el quid de la cuestión. Noé fue capaz de
construir en sus astilleros familiares con la inestimable ayuda de sus hijos
una embarcación que contaba con las siguientes dimensiones: 150 metros de eslora, 25 metros de manga y 15 metros de puntal (no
tengo conocimientos de ingeniería naval, pero me parece que un barco de 150 metros de eslora y
15 de puntal no debe tener mucha flotabilidad). Soberbio. Solo por eso debería
aparecer ya en la antología de la ingeniería. Pero no se quedó ahí su proeza,
puesto que tuvo que dar contenido a ese bote, con animales, todos los animales,
de la creación. En tiempo récord tenía que juntar siete parejas de cada animal
limpio (sic) y una pareja de los animales que no son limpios (sic). Y va el tío,
y lo hace.
Es decir, todo descubrimiento
animal posterior, y ahora recordamos otra vez a Darwin, es lo que podemos
denominar pecata minuta ante la gesta
de Noé, que además no se dedicaba al naturalismo, con lo que el mérito es
mayor.
Por eso reclamamos que se haga
justicia con el científico de más mérito de cuantos han existido e instauremos
de aquí en adelante el premio Noé a las ciencias y las construcciones.
De su longevidad quizá hablemos
en otro tiempo, puesto que tampoco es demasiado lo que vivió respecto a los más
de 900 años de Matusalén. He dicho.
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