domingo, 2 de octubre de 2011

LA ETERNIDAD EN CINCO MINUTOS

He cantado esta mañana la canción de Víctor Jara Te recuerdo Amanda y esos infinitos cinco minutos que pueden serlo todo en la vida, eternos, que de algún modo se mantienen en el aire flotando para que podamos respirarlos cuando los necesitemos, cinco minutos que mantienen un cuerpo en pie, unos ojos abiertos y una caricia en el aire que susurra demasiados recuerdos.
Amanda ansía esos cinco minutos mientras espera por Manuel, agotando su tiempo en el recuerdo de una eternidad que empieza rutianariamente a los pies de una fábrica, más allá de los días de muerte cuando todo se desvanece en una mueca del destino, poderosa, que siega las muñecas en dos manantiales.
Pero Manuel es el deseo eterno de la felicidad reducida a cinco minutos, como una prudente muestra de humildad de quien sabe que no puede aspirar a más. Y la verdad, quién puede llegar a cinco minutos eternos al pie de una fábrica esperando a Manuel. Reducir el tiempo a cinco minutos se convierte en una quimera, en una aventura errante de quien no tiene tiempo más allá de su desesperación. En el continuo vagar errante de una vida a una fábrica donde la eternidad se encuentra con lo efímero de la existencia, Manuel es la única prueba de nuestra vida.
Transmite puro dolor la espera de Amanda y sus cinco minutos con Manuel en la fábrica, pero quién podría ser capaz de llenar su vida en cinco minutos al día de auténtica vocación, quiénes pueden lamentar su vida por la pérdida de cinco minutos al pie de una fábrica, quiénes han alcanzado al menos esos cinco minutos de eternidad.

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