miércoles, 11 de noviembre de 2009

EN LA NOCHE SANTA

Rugió el tigre desesperado
aquella noche de nieblas púrpuras
en un hondo lamento
que soplaba a lo largo del camino
los fríos corazones de los viajeros
solitarios.

En comunión con el aire despistado
de las miradas que se perdían
en los callejones de la ciudad eterna,
el pequeño tigre se despeñaba
acera abajo en cabriola extraña
de lunático.

Hubo alguien que sintió el crujido
de las costillas cuando el corazón
se deshacía entre los huesos.
Aquel latido del tigre herido
sonó como un lamento entre tus brazos
de meiga.

Después cayó la noche y salió el día,
fuera de las calles sucias recién lavadas
no existen selvas ni sabanas
que refugien y descansen los lamentos
de los tigres solitarios de las noches
más eternas.

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