martes, 17 de noviembre de 2009

AUTOSUICIDIO ASISTIDO

Recibía su aliento pesado y cruel
en la barbilla, desde abajo lo miraba
con fuego en las pupilas.
Escrutaban sus ojos asustados
esas cejas puntiagudas como lanzas
asesinas. Tenía su boca la saliva
que destila el jugo de la muerte,
e imploraba con latidos impotentes
que perdonase su única vida.
Pero la sangre ya manaba de la mano
que empuñaba dulcemente la navaja,
no podía detener aquel impulso
que tan adentro atravesaba.
Tuvo tiempo de mirar en el espejo
convexo, al fondo de la estancia,
aquellas manos que decían
termina el dulce sufrimiento.
No quedaba nada en sus entrañas
que dar a cambio de su muerte,
fue un arrebato indecente
el que había segado su vida.

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