Y pensar que podrías en la amarga
miel de mis pestañas encontrar
aquel sol que algún día navegó
arropado en nuestra almohada…
Que ciegos resultaron tus oídos
ante aquellas voces que mirabas
a fuego escritas en mis manos
y en agua pura derramadas.
Y seguir aquellos pasos por la acera
escuchando tus caricias contra el suelo
mientras un martillo golpeaba
aquel racimo interno desplegado.
Besos en las paredes blancas
en cenizas de miradas esparcidos
con una luz de dolores vagos, peregrinos
de idas y venidas recordadas.
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